Maza: uno de los últimos hombres decentes
Cuando José Manuel Maza llegó a la Fiscalía General del Estado no faltó quien afirmó que ascendía un «hombre cómodo para el Gobierno» por su cercanía a Rafael Catalá. Difícilmente se podría haber hecho una afirmación más equivocada.
«Alguien me dijo una vez que hay ocasiones en las que hay que elegir entre lo que se debe hacer y lo correcto. Y no es verdad. Lo que se debe hacer siempre es lo correcto», decía Maza. Así es. Y así fue. Porque las críticas a Maza no pudieron serlo por su formación. Juez y fiscal por oposición. Y número uno en los exámenes para fiscal.
Tampoco pudieron serlo por su sentido del deber. Porque se sentía -y lo era- un servidor de España. Lo fueron porque, desde determinados sectores, el hecho de ser identificado como un juez y fiscal conservador, por lo visto, es un pecado imperdonable.
Maza lo fue todo en la carrera judicial. Todo menos un hombre cómodo. Juez desde 1975 y fiscal desde 1978. Ejerció como abogado. En el año 1988 fue nombrado presidente de la sección primera de la Audiencia Provincial de Madrid. Y llegó al Tribunal Supremo en 2002, donde ocupó la plaza de Adolfo Prego hasta hacerse con plaza en propiedad en 2011.
Un largo periodo en el Alto Tribunal en el que dejó claro su concepto de la Justicia. Porque, con la opinión pública en contra -incluida la de sus compañeros-, no dudó en emitir un voto particular, el único, contra la sentencia absolutoria de aquel Baltasar Garzón que decidió centrar sus trabajos en investigar el franquismo.
Lo hizo el mismo juez, tachado de conservador que, sin embargo, volvió a firmar un voto particular, pero a favor de la admisión a trámite de la querella contra Carlos Dívar y en contra del pleno de la Sala de lo Penal, que votó rechazar la querella.
También lo hizo el mismo peligroso ultra de derechas que, muy recientemente y como ponente del auto, rechazó por segunda vez admitir a trámite una querella contra Pablo Iglesias e Íñigo Errejón porque -siguiendo estrictamente el principio de la acusación de parte- resultó que la acusación de este caso concreto, Manos Limpias, llevó al alto tribunal un informe que, lejos de aglutinar de forma medianamente seria la documentación que los propios medios ya habían aportado a esas alturas, se limitó a recopilar cuatro recortes de periódicos. Maza fue, de hecho, el autor del párrafo en el que señaló que «la mera publicación de informaciones en los medios de comunicación no puede justificar sin más la apertura de una procedimiento penal”.
Todo ello lo hizo Maza. Porque creía en la Justicia. Por mucho que pudiese tener una concepción ideológica opuesta a la de sus acusados. Y por todo ello fue criticado a intervalos: criticado con el voto particular de Garzón e ignorado con el de Divar y el auto de Podemos. Porque ya se sabe que cuando alguien conservador muestra su independencia, debe haber sido por error.
Y por la misma causa, la Justicia, solicitó la prisión incondicional contra los golpistas separatistas del 1-O. Contra todos ellos porque todos están en el mismo eje de coordinación, como ha dejado claro el informe de la Guardia Civil. Porque el criterio judicial marcaba que, con unas penas tan elevadas en sus tipos delictivos y un riesgo cierto y evidente de reiteración delictiva y fuga, lo normal era tenerlos entre rejas. Y no en la calle o en listas electorales. Y por eso defendió su privación de libertad hasta el final, incluso en medio de un creciente ambiente político de petición de puesta en la calle. Lo hizo porque lo marcaba la Justicia.
Y por eso, en el fondo, fue atacado desde el primer día en que llegó a la cabeza de la Fiscalía. Porque quienes lo querían y respetaban, lo hacían por su sentido de la Justicia. Y algunos de quienes lo atacaban, dijeran lo que dijeran, de nuevo lo hacían por eso mismo: por su sentido de la Justicia.
Maza ha fallecido. En plena ofensiva contra quienes atacan España, su Constitución y su Justicia. Y, casualidades de la vida, lo ha ido a hacer en la misma tierra, Argentina, donde mantenían muchos intereses quienes idearon e impulsaron inicialmente este jaque a la Justicia, la ley y España: los Pujol. Se va uno de los últimos hombres decentes. Uno de los últimos que consideraron que la ley está por delante de la conveniencia particular.